Cuando todos se fueron, la casa se quedó totalmente sola. Bueno, sólo estaba él. Ni los ruidos extraños le impidieron que suba las viejas y frías escaleras para de una vez por todas liberarse de ese pensamiento que tenía incrustado en la cabeza.
No conocía bien la casa, pero que tan difícil sería llegar hasta el cuarto de su abuela. Cuando por fin atravesó el viejo corredor, con los puños bien cerrados, por lo del miedo a los fantasmas, llegó a la habitación más grande y húmeda en la que había estado alguna vez en su vida.
No sabía por donde empezar, todo estaba tan extraño. Era como si un aire etéreo rodeara el ambiente, y él se sentía tan excitado que no encontraba los movimientos adecuados para empezar a buscar.
Y es que era tan bella, que hasta un cura le hubiese sacado la vuelta a Dios y a su iglesia, por estar un rato con ella. Claro, era su belleza la que lo estaba llevando a hacer eso.
Cuando por fin encontró la llave que abriría el baúl, donde estaba seguro que esa vieja guardaba sus ahorros, respiró mucho más aliviado, porque sabía que en cualquier momento llegaban todos, y se malograba todo su plan.
Con las manos temblándole, no sé si porque iba a robarle al ser que más quería, o porque a más tardar en dos horas cumpliría de una vez por todas el sueño que le quitaba el sueño las últimas tres noches.
Que tal sorpresa se llevó cuando encontró tanto dinero, vieja mezquina pensó al recordar que no le daba ni un centavo, ni siquiera cuando se portaba bien y se sacaba la mierda estudiando en el colegio.
Fueron 30 soles lo que le costó ser hombre y probar esos labios de azúcar que tenía Rosita, la puta más bonita de toda la ciudad.
Doña Francisca, su abuela, jamás imaginó que hizo a su nieto el hombre más feliz del mundo, al menos por esos cinco minutos que duró su primer encuentro con el mundo carnal, cuando despidió a Juana, la empleada por creer que le había robado 30 soles, que seguro esa chola de mierda le iba a dar a su marido, que era un pezuñento mantenido, bueno para nada.
No conocía bien la casa, pero que tan difícil sería llegar hasta el cuarto de su abuela. Cuando por fin atravesó el viejo corredor, con los puños bien cerrados, por lo del miedo a los fantasmas, llegó a la habitación más grande y húmeda en la que había estado alguna vez en su vida.
No sabía por donde empezar, todo estaba tan extraño. Era como si un aire etéreo rodeara el ambiente, y él se sentía tan excitado que no encontraba los movimientos adecuados para empezar a buscar.
Y es que era tan bella, que hasta un cura le hubiese sacado la vuelta a Dios y a su iglesia, por estar un rato con ella. Claro, era su belleza la que lo estaba llevando a hacer eso.
Cuando por fin encontró la llave que abriría el baúl, donde estaba seguro que esa vieja guardaba sus ahorros, respiró mucho más aliviado, porque sabía que en cualquier momento llegaban todos, y se malograba todo su plan.
Con las manos temblándole, no sé si porque iba a robarle al ser que más quería, o porque a más tardar en dos horas cumpliría de una vez por todas el sueño que le quitaba el sueño las últimas tres noches.
Que tal sorpresa se llevó cuando encontró tanto dinero, vieja mezquina pensó al recordar que no le daba ni un centavo, ni siquiera cuando se portaba bien y se sacaba la mierda estudiando en el colegio.
Fueron 30 soles lo que le costó ser hombre y probar esos labios de azúcar que tenía Rosita, la puta más bonita de toda la ciudad.
Doña Francisca, su abuela, jamás imaginó que hizo a su nieto el hombre más feliz del mundo, al menos por esos cinco minutos que duró su primer encuentro con el mundo carnal, cuando despidió a Juana, la empleada por creer que le había robado 30 soles, que seguro esa chola de mierda le iba a dar a su marido, que era un pezuñento mantenido, bueno para nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario