Con la cámara lista para disparar, esa mañana estaba acudiendo a una cita de lo más extraña. La dirección que le habían dado quedaba en las afueras de la ciudad, además de eso, la mujer con la que había hablado le había hecho un pedido de los más peculiar “lleve unos zapatos blancos”, como hacía días que no había tenido trabajo, no le quedó más remedio que acudir a esa sesión fotográfica vestido como payaso.
Menuda sorpresa se llevó al confirmar que la casa era esa hermosa mansión que tenía al frente, y como si eso no fuera suficiente le abrió una hermosa mujer, tenía que ser una princesa.
Era la cara más angelical que había visto en toda su vida, sus enormes ojos azules eran las puertas del paraíso que mostraban toda su alma, la sonrisa tan tierna que puso al saber que él era el fotógrafo que había contratado su esposo para cumplirle un capricho, simplemente hicieron que su corazón latiera tan fuerte que daba la sensación de que iba a estallar.
Por fin en la casa, ella le estaba explicando que había tenido un sueño, ella estaba sentada en una silla, totalmente desnuda, había una luz que le iluminaba la mitad del cuerpo, además de ella en la habitación que se encontraba, también estaba su esposo que la contemplaba desde una esquina. Ella se levantó totalmente excitada por el sueño, con esa escena inundándole lo más profundo del cerebro, se lo contó al esposo diciéndole que tenía ganas de recordar esa imagen para siempre, es así que poco a poco el joven fotógrafo iba entendiendo el propósito del trabajo que iba a realizar ese día.
Ella lo llevó por un interminable pasadizo hasta una habitación totalmente desierta, a excepción de una vieja silla que estaba ubicada al costado de una gran ventana por la que se filtraban unos grandes rayos de luz. Sin perder tiempo, la joven se despojó de la negra bata que llevaba puesta y fue contorneando sus largas y hermosas piernas, hasta quedar al lado de la silla, a la cual abordó con un gran despliegue de agilidad que le permitió levantar una pierna por encima de la disminuida silla, para apoyarse en el respaldar de ésta, que la recibía en una comunión casi sexual.
El fotógrafo no perdió tiempo, mentalmente hizo un encuadre mientras iba alistando la cámara, moverse sólo un poco a la izquierda y sería la mejor foto que jamás se hubiese imaginado tomar. Después de 20 minutos en los que llegaba al máximo placer cada vez que aplastaba el disparador de la cámara después de colocar a su modelo en la posición que él solicitaba, ella habló: “quiero que tu hagas el papel de mi esposo”, esas palabras casi le taladran la mente, él estaba hipnotizado por tanta belleza que no se pudo negar ante tal pedido. Ella le mostró la posición del esposo en su sueño, además de la expresión de su rostro, algo así como deseando tener a la mujer más bella que hubiese podido dar la naturaleza.
Después de haber preparado la cámara, él corrió a ubicarse en el lugar indicado, mientras corría se fijó en los ridículos zapatos blancos que llevaba puestos, pero que importaba, lo único que importaba era la expresión de deseo que tenía que poner para la foto.
Un segundo antes de que el disparador se active, alguien entró a la habitación dando un trancazo a la puerta. Un iracundo marido no podía creer la escena que estaba viendo, había regresado de la oficina por unos papeles que había dejado en casa y encontraba a su mujer totalmente desnuda mirando a un idiota que tenía un espantoso gusto para vestir, que aparte de eso tenía una cara de depravado sexual, y unos ojos que reflejaban deseo, ese deseo que sólo es producto del sexo.
El joven fotógrafo no entendió porque el esposo se veía tan alterado, y se acercaba a él con un cuchillo en la mano, si supuestamente la esposa le había contado el sueño que quería inmortalizar.
Lo único que atinó a hacer fue correr y esquivar al descontrolado sujeto, agarrar su cámara y salir corriendo de esa casa, no sin antes dar una última mirada a la mujer más bella del mundo.
Dos horas después, con el material fotográfico en sus manos, esbozaba una sonrisa de total satisfacción al darse cuenta que había tomado la mejor fotografía que jamás hubiese imaginado, pero no era una de las que le tomó a la joven, más bien fue la última foto.
En ella se veía a la hermosa mujer que se derretía de placer, contemplando a un confundido fotógrafo, que en una fracción de segundo había cambiado una expresión de total deseo carnal por un miedo despavorido, producto de un loco que estaba de espaldas con un cuchillo de cocina en la mano dispuesto a matarlo. Todo hubiese sido perfecto sino sería porque en la parte inferior de la foto, se notaban un par de ridículos zapatos blancos ansiosos por escapar de ese lugar.